jueves, 30 de abril de 2009

La leyenda del hombre árbol VI

…. Los cuerpos de Santos y Xurxo flotaban en el aire en medio de una aureola de luz amarillenta, ambos estaban muertos, degollados, y su sangre aún fresca caía por sus cuerpos formando un charco en el suelo. Nada los sujetaba ni pendían de ningún lado, simplemente flotaban sin más. Los hombres sintieron como un frío intenso los envolvía, aquella visión del mal los tenía atrapados en una suerte de sortilegio, ninguno acertaba a reaccionar hasta que Fredo, un joven compañero de Torgas les advirtió-¡Eh, ahí, mirad, es Torgas!- Efectivamente, una figura oscura los observaba a ellos desde lo más alto de la atalaya en el campanario, pero no se podía decir exactamente que fuese Torgas, o sí, dependiendo del punto de vista. Era su figura, no cabía duda, pero también él flotaba en el aire por arte de algún extraño maleficio. No estaba muerto dado que se desplazaba con extraños movimientos. El padre de Uri se adelantó unos pasos en su dirección, los demás, aterrados, ni se atrevieron a intentar seguirle, la figura de Torgas se alzó aún más en el cielo y con un movimiento de su mano derecha hizo que un fuerte viento paralizase el avance de su oponente, todos lucharon por mantenerse en pie en medio de aquel inesperado vendaval y por suerte la escena duró solo unos segundos. Al reponerse de semejante muestra del mal vieron como el cuerpo de Torgas caía al suelo cual saco de patatas, de su interior salió una sombra oscura envuelta en harapos, casi sin darse cuenta el padre de Uri vio como aquella cosa se le ponía a un palmo de su cara, sintió como se le helaba la sangre con el miedo pero aún así pudo mantener la mirada firme en aquel engendro del mal, pero lo que siguió a todo aquello fue el colofón a toda aquella locura.

Mareaxe.

miércoles, 29 de abril de 2009

Barbacoa

No, no os penséis que esto es normal, por norma no suelo cocinar a mis huéspedes, ¡Pero es que este estaba tan tierno!
La policía se lo llevó esposado a los calabozos, la acusación, asesinato, canibalismo y otras aberraciones.
Menos mal que esto sucedió en un pueblo y el juez Cánovas enseguida lo arregló todo.
A efectos de la prensa un simple mal entendido, en jefatura policial, sin nada que añadir, ese mismo viernes, reunión de la peña con dos puntos del día, el primero; honrar la desaparición trágica de uno de sus miembros, el segundo, barbacoa….

Mareaxe.

martes, 28 de abril de 2009

Solo es un hombre muerto

¿Es esta tu última respuesta? Preguntó el matón con indiferencia. Sí, contestó el pescadero con más dignidad que muchos de los chulos que pululaban por el barrio y que a la hora de la verdad se deshacían en llantos imploradores de piedad.
Un corte limpio sajó su garganta de lado a lado, apenas un intento por respirar sirvió para que esa fuese su última acción entre los vivos. El matón limpió la navaja de barbero en la solapa de la chaqueta del difunto, sin remordimientos. Dos golpes en la puerta le pusieron nuevamente en tensión, -¿Quién es?- Soy yo, el chino, -pasa- El chino entró en la habitación con cara de prisas, cruzó su mirada con el matón apenas un segundo antes de ver el resultado de su trabajo,-¿Lo has matado?- No, está durmiendo, ¡No te jode! -Pues sí que la hemos hecho buena-. El matón lo miró con cara de hastío,-¿Y ahora qué?- Nada, que este no era-¿Cómo que este no era, explícate?- Pues que no era, que no, que la mujer del jefe a cantado y este no era el pringado que se la tiraba.- ¿Bueno y qué?- Nada, por mí nada. -¿Está la Mónica por ahí?- Sí, por ahí anda. – Pues dile que se prepare, me apetece echar un polvo, después de degollar cerdos siempre me pasa lo mismo, me apetece follar.- ¿Y con este que hago?- Haz lo que quieras, solo es un hombre muerto.


Mareaxe.

viernes, 24 de abril de 2009

La leyenda del hombre árbol V

La subida hasta la atalaya del norte era pronunciada, incluso con luz suficiente se hacía difícil la ascensión a la carrera, el camino era angosto y los que comandaban la partida tenían serias dificultades para mantenerse por el buen camino, solo la experiencia que da la memoria por lo hecho muchas veces les guiaba en esas condiciones, los demás se limitaban a seguirse en fila india, si uno se equivocaba el resto haría lo mismo.Las campanas y su repiqueo suplicante les animaba a no perder el paso, pero la niebla allí se convertía más en un muro que en un acto de la naturaleza. No había duda ya, de que todo aquello que estaban viviendo no era fruto del azar y sí de un ente maligno, sea cual fuere.Súbitamente las campanas dejaron de sonar, todos a una pararon en seco como movidos por un resorte invisible que les hacía sentirse una única entidad, en cuestión de segundos una extraña calma inundó la atmosfera, aquello realmente inquietó más a los hombres que emprendieron la marcha con más brío si cabe. Sujetaban sus armas en tensión, como a la espera de que en cualquier momento el maligno o algún extraño ejército enemigo los emboscase aprovechando la niebla maldita. El silencio entre ellos solo se rompía por el sonido de los mocasines golpeando la tierra y los resuellos por el esfuerzo mantenido en la subida. Ya faltaba poco para alcanzar la cima, eso tensionó más aún sus espíritus, el miedo empezaba a ganar terreno entre aquellos hombres rudos y temerarios. Ante el mal, solo unos pocos logran permanecer erguidos. Al fin llegaron al pie de la atalaya, nadie salió a recibirlos pero lo que vieron ante sus ojos los dejó petrificados….

Mareaxe

lunes, 20 de abril de 2009

Poesía a Moony

Esta poesía está escrita gracias a MOONY y a otra que leí en su blog. Me gustó tanto que enseguida necesité responder con otra. A ella se la dedico.

Durante años has estado a mi lado sin saberlo
Hablándome confusamente
En el idioma de las palabras simples.

Has vivido al otro lado de mi piel
Justo dentro de mí
Acurrucada en mi boca muda que no supo decirte ni una palabra.

Intenté que no borrases los versos
Que acariciando mi cabello invisible escribías
Para detallar todo aquello que mis ojos veían tras de ti.

Te quedaste huérfana de todo
Al navegar en el blanco océano del papel inmaculado.

Quizás ahora mi sonrisa ejerza de faro
Que te devuelva a tu orilla y no se suiciden las gárgolas
Por el miedo a que hullas de mí
Para viajar al lugar encantado en donde se unen nuestras almas.

Quisiste decirme un te quiero, o un no te quiero
Pero son duras las palabras detrás del pecho
Cuando se respira inmortal con un nombre
Que no se sabe pronunciar.


Mareaxe.

domingo, 19 de abril de 2009

Ni nunca....

El hombre bello se irguió sobre sí mismo,
Hercúleo miró en torno suyo sin ver nada
Porque tus ojos ya no estaban en su retina.
Se escaparon tus besos hacia otros cuerpos
Y las caricias pertenecen ahora a otros.
Duele.
El hombre bello se sintió deshonrado, confundido.
El sol esculpía su cuerpo perfecto,
Pero el hombre bello tenía frio,
Tu cuerpo ya no estaba allí para cuidarlo
Tu cuerpo ahora era de otros, quizás mío…
Ausencia.
El hombre bello envejeció de golpe
En el momento en que tú rejuvenecías ausente de él.
Liberación.
El hombre bello quedó ahí,
Petrificado en el camino esperando tus pasos, solo, olvidado.
Quizás el hombre bello no tendría que heberte abofeteado aquella vez….
Ni nunca…

Mareaxe

viernes, 17 de abril de 2009

Reflexión eterna

¿Qué sentirá un no nacido al saber que de pronto su no existencia está amenazada? Si tenemos miedo a la muerte es lógico pensar que cuando no éramos también pudimos tener miedo a la vida, a fin de cuentas el no ser es un estado en el que los problemas no existen, la infelicidad no existe y el miedo a dejar de existir no existe. Digamos pues que el estado natural de toda vida es la no existencia, antes y después de la propia vida. Yo ahora mismo soy. Pero ¿y hace cien años, hace cuarenta, era también, seguiré siendo dentro de uno, cinco, cincuenta años? Entonces para qué preocuparse tanto por los problemas de la vida si al fin seremos como al principio, un no ser. Todo esto estaría muy bien (mi reflexión) si no fuera por la capacidad humana de sentirnos eternos, de pensar que seguiremos en un más allá y que provenimos de un más acullá, craso error, somos instantes mientras podamos serlo, ni más ni menos que eso. Somos ya el pasado para los que tendrán que nacer dentro de cincuenta años, ellos también serán pero……….. Infinito.

Mareaxe.

El contador de cuentos.



Existe en un lugar no muy lejano a cualquiera de ustedes un bosque especial; un lugar de vegetación asfixiante, oscuro y casi impenetrable. Puede ser cualquier bosque por los que hayáis paseado en algún momento de sus vidas, puede ser incluso ese bosque que tan cerca tienen de casa y al que tantas veces acceden para recolectar setas, observar a los pájaros silvestres, o simplemente pasear con vuestro mascota o pareja. Puede ser ese, o cualquiera bosque, porque la singularidad de ese lugar es que pasa inadvertido a los ojos de aquellos seres que nada tienen que ver con la maldad del hombre. Pero de ese lugar, de ese bosque espedial, tengo que contaros una historia para que siempre tengan presente que la maldad del hombre siempre encuentra respuesta en las fuerzas de la creación. Así dice nuestro relato.
 

Vivió hace tiempo en un campamento de carboneros un hombre pequeño de estatura, osco de origen y ruin de corazón, se llamaba Sabino Monterazzi, y era por todos odiado y temido a partes iguales. Resultó que, en cierta ocasión, coincidiendo con el principio de la primavera, como todos los años por esas fechas, las esposas de los carboneros se instalaron en el poblado con el fin de pasar los meses cálidos del año con sus esposos. De la noche al día, lo que era un lugar lúgubre sin la presencia femenina se llenó de vida nueva, de mujeres limpiando por aquí y por allá, de fogones humeantes que desprendían olores a todo tipo de guisos y alimentos bien condimentados, pero, sobre todo, de niños y niñas; pequeños retoños que jugueteaban sin preocupaciones mientras sus padres sonreían felices ante sus chiquillerías.
 

      Naturalmente, Sabino no tenía esposa, ni novia, ni madre que lo cuidase, y dado su carácter agrio y a su afición a crear polémicas por nada se le veía siempre solitario, con sus vestimentas roídas por la mugre y con un juramento siempre presto en su lengua viperina. Nadie sentía la más mínima estima por él, y él correspondía a los demás con un odio ciego, incluso hacia aquellos que alguna vez, por piedad, sentían inclinación a olvidar sus formas y de cuando en cuando se ofrecían a ayudarlo en lo que fuese menester. Pero Sabino siempre los ahuyentaba, maldiciendo y amenazando con la destrucción del mundo con sus propias manos.
 

     No podían echarlo del campamento, pues gozaba como los demás de una concesión carbonera expedida por el Duque de Osma, señor y amo de aquellos pagos. Ante eso nada podían hacer, salvo resignarse.
 

    Cierto día, a primera hora de una recién inaugurada mañana, un grito desgarrador cruzó por el poblado de aquellas afables y trabajadoras gentes helando el corazón de todo aquel que pudo escucharlo, el grito era inconfundiblemente de una mujer, por lo que, rápidamente, todos dedujeron con angustia que algo terrible acababa de suceder. Los hombres estaban ya en el tajo, pero todos, salvo Sabino, acudieron prestos al poblado como si al grito de que viene el lobo todos los pastores acudiesen en manada para defender sus rebaños.
 

       Las sospechas de que algo malo y terrible había sucedido no tardaron ni siquiera un poco en pasar a certeza. Al borde de un riachuelo que servía de acuífero para los pobladores se encontraba Agustina, la mujer del carbonero jefe, de ella había provenido semejante alarido, y no era para menos. La mujer se encontraba de rodillas en el suelo, y sobre su regazo yacía el cuerpo de su hija de quince años, llamada Soledad, muy apreciada por todos por ser una joven risueña y elegre. Madre e hija parecían un ovillo de sangre; un todo dantesco y lastimoso. La niña estaba, sin duda, muerta, desgarrado todo su cuerpo con una saña tal, que incluso los hombres más fuertes de espirito huyeron con su mirada hacia otro lado. Su padre, al llegar al lugar de autos y ver aquella escena enloqueció en el acto, y se necesitó mucha presencia de ánimos para tratar de calmarlo en la medida que las circunstancias lo permitía. Sin duda, un ser vil y engendrado en las entrañas del mismo infierno había cometido el más atroz de los asesinatos en la figura de la joven Soledad, todo su cuerpo estaba apuñalado, como si el asesino quisiese dejar claro que su humanidad residía en el olvido y ya no quedaba en su ser más que el alma de una bestia, pero, ¿quién podría ser tan malvado, y por qué ese crimen tan horrendo? 

      Todos habían acudido prestos al oir la llamada de la tragedia, menos el osco Sabino, que ajeno a todo seguía a sus labores, así que al unísono todos pensaron que una más una igual a dos. Sin dilación, y dejando a las mujeres y a los más jóvenes al cargo de la familia enlutada, el resto se dirigió al lugar en donde el mismo demonio tenía su carbonera, y allí lo encontraron, tranquilo, como el lobo que no se hace cargo de las ovejas muertas. Lo rodearon y lo hicieron preso, no sin antes darle una buena muela de palos y golpes por todo el cuerpo. El osco no tuvo tiempo siquiera para pedir clemencia, y menos explicaciones. Lo condujeron al poblado en presencia de la familia huérfana de hija. Sabino comprendió enseguida su situación, a pesar de que a punto estaba de desfallecer por los golpes recibidos, su adiós a este mundo era cosa firmada, cuestión de formas más que de tiempo, así que los carboneros, haciendo honor a su oficio decidieron que para que el hijo del diablo no gozase por más tiempo de este mundo lo mejor era honrarle con el fuego del averno, de donde sin duda algún día una mala madre lo había engendrado. 

     Lo terminaron de desfallecer a base de otra muela bien servida, y luego dejaron su cuerpo en la carbonera que él mismo había empezando a confeccionar esa misma mañana. Con oficio, los carboneros terminaron tan singular obra con el cuerpo aún con vida de Sabino en su interior, todos colaboraron en tan prodigiosa ocurrencia con el gusto de saber que se haría justicia por la fallecida, lo que hacía que con más saña acumulasen la leña para posteriormente y sin pompa prender la que sería la carbonera más recordada en tiempos. Algunos de los que sobrevivieron a los acontecimientos recordaron años más tarde que del interior de la carbonera se escucharon gritos y juramentos durante los tres días que tardó el fuego en consumirlo todo. 

   Para aquel entonces, la niña Soledad ya había sido enterrada en cristiana forma, y aunque era imposible para todos olvidar tan amargos sucesos, el poblado intentó restaurar cierta cotidianidad. No hubo preguntas entre ellos, nadie cuestionó la culpabilidad del osco, ¿quién acaso podría haber sido, sino él? Nadie sintió arrepentimiento por sus actos inmisericordes ni se cuestionó la autoridad moral de aquel asesinato. Ojo por ojo, decía la biblia pero, ¿había sido Sabino en verdad el autor del crimen horrendo?
 


     No suele la naturaleza perdonar los actos malvados de los hombres, y no hay nada peor para nosotros como un bosque testigo de nuestros actos horrendos. Los árboles, conocedores de la verdad, habían visto como dos grandes injusticias eran cometidas a pie de sus raíces. Tan malvado era el autor del primer crimen como los autores y encubridores del segundo. Ambos habían sido actos crueles e injustos, ya que la niña en verdad había sido asesinada con saña, pero no por aquel que de forma cruel pagó con su vida por la extraña afición que tienen los humanos para hacer pagar con más mal el mal que se les ha hecho. Sabino era un hombre extraño, sí, pero no un asesino.
 


      Para desgracia de los carboneros y sus familias empezaron a suceder extraños acontecimientos en el bosque. De repente, la rama de algún árbol se desprendía del tronco justo cuando algún carbonero pasaba por abajo, o extrañamente, al talar algún ejemplar, este caía por sorpresa justo al lado contrario que por lógica tendría que haberlo hecho. Estos accidentes empezaron a hacer mella en el ánimo de algunos carboneros, que sospechando que el lugar estaba maldecido por sus actos decidieron poner sabiamente tierra de por medio, estos fueron los pocos que se salvaron y los que dieron noticias de lo acontecido al duque que, aterrado por la historia que le contaban organizó una expedición a las carboneras, comandada por él mismo.
 

      Al llegar el señor con sus expedicionarios al campamento no dio crédito a lo que veían sus ojos: el riachuelo bajaba con aguas turbias cuando no era tiempo de tormentas, y los arbustos y malas hiervas se habían tragado el poblado. De los carboneros no quedaba ni rastro. Los caballos se enrabietaron nerviosos, como intuyendo un mal invisible, y a todos los expedicionarios se les pusieron de punta los vellos cuando casi a tiro de piedra vieron a un hombre de escasa estatura trabajar sin descanso en una carbonera, y con él, una joven de unos quince años que lo ayudaba en la faena sin prestar atención a los recién llegados. Quiso el Duque ir hacia ellos mientras los llamaba a gritos, pero al intentar avanzar un fuerte viento agitaba los árboles con fiereza, y se escuchaba el crujido de sus troncos al retorcerse de furia. El terror se apoderó de todos, y al retroceder por la inercia que este les provocaba cesaba la fuerza del viento, volviendo los árboles a su aparente tranquilidad. Aquel bosque estaba maldito, pensó el Duque. Una lástima, de allí se abastecía del mejor carbón. No se preocupó por los carboneros desaparecidos y sus familias, extrañamente sabía que de alguna forma un poder más fuerte que el del hombre había impuesto su voluntad impartiendo justicia ante una atroz injusticia. De regreso no se habló de lo ocurrido, el Duque sabía que las figuras que habían visto eran las de los dos desgraciados muertos injustamente, decretó la prohibición de internarse en el bosque, cosa que no hizo falta dado que las noticias vuelan como aves migratorias.
 

      Aún hoy día hay quien dice que en determinadas circunstancias la pareja de asesinados se deja ver a incautos que pretenden turbar su paz merodeando por el bosque. De eso nada puedo decir, pero que en verdad alguna vez en mi vida he rodeado algún bosque por sufrir los mismos hechos que el Duque y sus expedicionarios sí lo puedo atestiguar, lo que ya no sabría decir es si el bosque me rechazaba a mí o a mis acompañantes. En todo caso, el miedo aún me persigue en sueños.
 

PD- El asesino de Soledad pudo ser cualquiera, yo tengo mis sospechas, y si tú que me lees eres mujer, un consejo: desconfía y teme de aquellos que más te pueden querer, y si alguna vez quieres averiguar lo que de verdad hay detrás de quien desconfías llévalo a un bosque, y si este se manifiesta… Huye tu acompañante.


miércoles, 15 de abril de 2009

Preludio

Despues de una temporada de descanso regreso. Se ve que algunas personas son insaciables y a la mínima se alejan, bueno, no pasa nada. Os saludo y agradezco las palabras de cariño que algunos me dedicáis. Pronto me pondré al día y os visitaré a todos. Aquí os dejo un pequeño texto salido de mis delirios. Besos a todos.

Tal y como predijo la anciana desperté al mundo de nuevo con el sonido del repique de la campana de la ermita, supuse pues que sería media noche como ella anticipó en su vaticinio, noche de todos los santos.
No supe calcular el tiempo que transcurrió desde mi entierro hasta el retorno de entre los de más allá, pero supe enseguida que no debía ser poco ya que el bello ataúd en el que me habían enterrado era puro recuerdo, polvo que me rodeaba, al igual que las lujosas vestimentas que me acompañaron en mi despedida terrenal como hijo mortal entre hombre y mujer. Mi cuerpo se encontraba intacto, dolorido eso sí, pero incorrupto a las envestidas de la parca y su destino.
La anciana había pronosticado bien entonces, la eternidad gozaba de un nuevo inquilino. Yo, Mateo Gabriel Suárez De Ordóñez y Varela, último conde de Pazos y señor legítimo del Castillo de Mens y todas las posesiones aparejadas a mi cargo y destino por nacimiento. Ahora solo tenía que resolver un pequeño problema para reclamar tal privilegio, liberarme de la prisión en la que me hallaba. Recordaba que mi cuerpo difunto se había enterrado en el mausoleo familiar, justo a la entrada de la ermita en honor a San Mateo que un antepasado había mandado construir anexa al patio de armas del castillo, sin duda mi ubicación no tendría por qué ser diferente a esta, a nadie le gusta andar removiendo en el descanso de los muertos y menos si eran de alta condición, los gallegos bien lo sabemos, a los muertos y a los curas mejor dejarlos en paz si no se quiere enfrentarse a la ira de Dios nuestro señor. Alcé mis brazos, comprobando a la vez que el dominio sobre mi mismo era total como antes de mi muerte y alcancé sin dificultad lo que sin duda era la piedra que sellaba el sepulcro en donde me hallaba, recordé que esta era una losa grande y pesada que yo mismo había encargado al maestre de los canteros, en ella hice inscribir un epitafio que me resultó de lo más original pero que causó gran pesar en mi madre y parientes cercanos; AQUÍ YACE POR EL MOMENTO MATEO GABRIEL DE MENS. QUE NADIE OSE RECLAMAR PARA SÍ LO QUE EN JUSTICIA LE PERTENECE. DE SU DESCANSO RETORNARÁ PARA JUBILO DE SIERVOS Y SERES QUERIDOS Y TODO LE SERÁ RESTITUIDO A SU NOMBRE. Huelga decir que al señor obispo tal gracia no le resultó de fácil digestión, pero al presentarle a mi prima Dolores De Varela y dejarle el privilegio de su desflore todas las aguas regresaron a su cauce. Intenté entonces levantar aquella tapadera con mis brazos al recuerdo de todo esto que os he contado pero la condenada pesaba lo suyo, más de quince fornidos hombres tuvieron en su momento que ser necesarios para su porte, el problema pues de mi enjaulamiento no era del todo menor y no recordaba que la anciana pitonisa de mis circunstancias me iluminase también en el paso a seguir en este caso. Sea como fuere la cuestión es que mi corazón latía de nuevo, mi cuerpo se movía a mis órdenes y la muerte ya no me suponía ese miedo que me llevó en vida mortal a ser un hombre aterrorizado ante el fatal destino de los nacidos. Pero aquella losa seguía pesando sobre mi cabeza, reteniendo el instante de gloria que se me había asignado, de momento….


Mareaxe.