sábado, 21 de marzo de 2009

Semana Santa del Diablo

Para Moisés era la primera procesión con los adultos, estaba un poco nervioso y por su cabeza fluían pensamientos de lo más diversos. Sabía que a partir de esa noche su vida daría un cambio radical, su padre ya lo trataba de una forma distinta, se le veía en los ojos todo el orgullo que sentía por su hijo. Pensó en su madre, seguro que lloraría al paso de la procesión al igual que sus abuelas. Su abuelo materno no estaba allí para verlo, el tabaco lo había vencido dos años atrás, pero su otro abuelo estaba cerca, era el cofrade mayor, como un día lo fue su bisabuelo, como un día lo será su padre y como en el futuro lo sería él mismo. Ahora estaba al final del cortejo, posición que le correspondía por su condición de nobel en la cofradía. Junto a él estaban dos chicos más, Luis y Fernando, ambos amigos desde el parvulario, los tres estaban radiantes a pesar de que como se suele decir, la procesión les iba por dentro.
El momento se acercaba y la incertidumbre iba creciendo en su interior, ninguno las tenía todas consigo, amenazaba lluvia y si finalmente las previsiones se cumplían el trono se quedaría un año más sin salir, todos esos meses trabajando para nada y un año más de espera, cualquiera diría que el señor los castigaba por algo, aunque él intuía que este año sí, el Cristo de los desamparados luciría radiante por las calles del pueblo.
Repicaron las campanas de la iglesia, las ocho en punto y ni rastro de lluvia, algunas nubes desdibujaban el cielo pero parece ser que los mayores ya lo tenían claro, este año sí.
Se hizo el silencio entre ellos, como autómatas ocuparon cada uno su posición, se enfundaron los capuchones color violeta y esperaron el momento deseado. Las puertas de la iglesia se abrieron de par en par, afuera se escucharon los primeros aplausos, los primeros ¡viva el Cristo de los desamparados! Y seguro las primeras lágrimas de los más devotos ya corrían por algunas mejillas. Moisés sintió un vértigo en su interior desconocido hasta entonces, por sus mejillas se deslizaron también unas lágrimas fruto de la emoción justo cuando su abuelo los llamó a formación. Los hombres encargados de cargar con el peso del trono se colocaron en su sitio, todo ok. Su abuelo tocó por tres veces con su bastón de maestro cofrade el suelo, señal de que la cosa estaba lista, a su voz de mando los hombres levantaron el trono en peso e iniciaron el oscilante movimiento que marcaba el ritmo, se escucharon las trompetas y Moisés al son que tantas veces habían ensayado comenzó a tocar el tambor
Al salir al exterior una ligera brisa los saludaba, todo estaba perfecto, era su gran noche. A ambos lados de la calle la gente se apretaba para verlos pasar, la mayoría guardaban un respetuoso silencio solo interrumpido pos los vivas al Cristo de los desamparados y los aplausos que les dedicaban en cada parada del recorrido, solo la minoría miraba la escena con caras de hastío, eran los más jóvenes que se veían obligados a permanecer en el lugar en contra de su voluntad.
Habían trascurrido unos cuarenta minutos de la procesión cuando Moisés escuchó aquella explosión, un fogonazo de luz iluminó la noche por un instante para dejarlo sumido en un sueño muy profundo, sueño del que tardaría en despertar.
TRES SEMANAS MÁS TARDE.
Cuando Moisés abrió los ojos de nuevo el mundo le pareció algo totalmente irreal, no sabía en dónde se encontraba ni qué hacía en ese lugar, una enfermera del hospital enseguida se acercó al pie de su cama, lo miró durante un segundo y salió de aquella habitación para volver al instante con varios doctores y enfermeras que lo miraban como si fuese un mono en el zoológico. El cuerpo lo sentía dolorido y apenas recordaba nada, los facultativos empezaron a hacerle pruebas para ver cuál era su estado, de entre todas las personas surgió la figura de su madre que dejándose caer al pie de la cama lo abrazó bañada en lágrimas. Por un instante la mente de Moisés se hizo lúcida de nuevo y en apenas un segundo todos los recuerdos se pasearon frente a sus ojos, su rostro se hizo un mar de lágrimas al recordar….
Una bomba colocada por un grupo ultra al paso del trono era la razón de su estancia en el hospital central de Granada, el resultado de semejante atentado; veintitrés personas fallecidas entre las que se contaban su padre y su abuelo y más de ciento doce heridos de diversa consideración. En su caso, amputación de ambas extremidades inferiores y pérdida de dos dedos de la mano izquierda.
El comunicado de la organización terrorista había sido escueto: Por la no injerencia en los asuntos del estado por parte de la iglesia católica. El próximo año, Sevilla.
Ahora más que nunca el Cristo de los desamparados tomaba razón de ser pero, ¿por qué señor, por qué?


Mareaxe

5 comentarios:

  1. No hay por qués.
    Los terroristas dicen que estamos en guerra y que, en las guerras, siempre hay víctimas civiles.
    Dios, el Cristo... no tienen nada que ver. Desde luego, no tienen la respuesta.

    El cuento es terriblemente real.

    Un beso.

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  2. muy cierto... buen escrito...

    te invito a pasar por http://notas-del-silencio.blogspot.com/

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  3. Como dice Moony muy real. Y desde luego muy bien escrito. Me ha llegado dentro. Un beso

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  4. En ocasiones las historias más terroríficas son aquellas que dejando a un lado lo sobrenatural, nos aterrorizan por lo frágiles que nos pueden hacer sentir. La vida tiene como conclusión final la muerte, esta nos puede llegar en cualquier momento y de cualquier forma, somos tan frágiles y efímeros que en un contexto temporal no significamos nada de nada. No nos olvidemos de ese detalle.

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  5. Una descripción perfecta, por un momento
    me sentí sumergida en ese contexto, mezcla
    de horror y devoción.
    Ojalá que episodios como el que narras no sucedan nunca más.

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