domingo, 8 de febrero de 2009

Una historia de lo más normal

Esta es una historia que escribí para una revista, no está como el original exactamente pero casi, pertenece a una serie de cuentos que pienso publicar algún día, de momento espero que os guste.

El tanatorio estaba a reventar y seguía llegando gente, todos querían estar ahí, nadie se quería perder el acontecimiento y eso que Blas solo se había muerto cuatro horas antes, incluso antes de que el cadáver llegase al edificio ya había una cola de personas que querían estar en primera línea del acontecimiento.
Blas se había muerto de un infarto fulminante, su corazón no pudo soportar más el llevar el ritmo de una masa de ciento ochenta kilos de grasa, no hizo falta ni autopsia, muerte natural y a otra cosa.
La familia tenía claro el procedimiento, llamaron al primo Nicolás para transportar el cuerpo del finado hasta el tanatorio, la camioneta isotérmica que se utilizaba para el reparto de la carne era lo más idóneo y además Blas siempre se había manifestado a favor de que su cuerpo después de muerto fuese trasportado haciendo honor a su trabajo de carnicero, la furgoneta de Cárnicas Blas era lo ideal, ni se discutió.
Al llegar el cuerpo al tanatorio fue depositado con mucho esfuerzo debido al peso en la sala especial, la reservada a las personas importantes, Blas lo era.
Era el alcalde de Villa Esperanza, el único alcalde que la villa había conocido desde la democracia y con todas las elecciones ganadas por mayoría aplastante, pero ante todo, Blas era el séptimo miembro consecutivo de una familia de carniceros, el séptimo Blas que regentaba Cárnicas Blas, la más famosa carnicería de la comarca y de la provincia, de hecho, todos los años la misma familia real encargaba unos lotes de sus embutidos, los chorizos según se decía eran la debilidad del monarca mientras que la chistorra hacía las delicias de la soberana. La verdad es que Cárnicas Blas era la envidia de todos los carniceros, el espejo en donde mirarse y la fórmula de sus embutidos era casi o más secreta que la de la misma Coca Cola. Ahora, una vez muerto Blas séptimo todos se preguntaban ya si su hijo Blas octavo sería capaz de seguir con la tradición, en pocos días saldrían de dudas.
Como ya informé, el cuerpo de Blas fue depositado en la sala especial, a cero grados de temperatura protegido por una mampara para mantener el cuerpo en perfectas condiciones y evitar ser manoseado por los asistentes al velatorio. Se colocaron unos sofás justo en frente de la mampara para que su mujer Mercedes y los miembros más allegados de la familia pudieran ver de frente al finado y al mismo tiempo se encontrasen de lo más cómodo, la cosa iba para largo.
Llegaban cada vez más personas y como es natural todos los miembros del consistorio estaban presentes, habían decidido decretar cinco días de luto oficial pero Blas octavo les disuadió de tal idea, con un par de días era suficiente, luego, el negocio tendría que seguir en funcionamiento y era consciente de la expectación que generaba el hecho de que por primera vez en más de cuarenta años alguien que no fuera su padre se encargara de la elaboración de los embutidos, todos estuvieron de acuerdo.
En la calle, las hermanas de Blas octavo ya organizaban la rifa. La rifa consistía en un premio con los primeros embutidos que se hacían después de la muerte de un Blas, todos querían participar. La aportación era voluntaria pero los billetes gordos caían en la cesta que Juana, la hermana mayor había dispuesto para tal fin, cuanto más dinero más boletos se llevaban los donantes. Fernanda, la hermana pequeña se encargaba del reparto de los números de la suerte, aquello parecía más una romería que un velatorio pero a la familia Blas eso les importaba poco, la tradición era la tradición y ya que nadie vivía para siempre que menos que hacer un poco de dinero a cuenta de la desgracia.
Pasaron así las horas en el tanatorio y como en cualquier velatorio que se precie la figura de la persona finada era lo de menos por muy importante que esta fuera. Las conversaciones giraban únicamente en la capacidad de Blas octavo para continuar con la tradición familiar, eso importaba más que el valor de los méritos del difunto. Como alcalde sería recordado, por supuesto, gracias a él la delincuencia en el pueblo no existía, ni había prostitución ni vagabundos, él se había encargado de limpiar las calles de mala gente, si alguien osaba delinquir o aparecían por el pueblo pedigüeños Blas se encargaba de hacerlos desaparecer, nadie se preguntó nunca como lo hacía pero la eficacia de sus métodos era total, incluso gatos y perros callejeros parecía que tenían miedo para dejarse ver por las calles. Otro tema de conversación que transcendía entre los presentes era quién se llevaría los primeros embutidos hechos por Blas octavo, aunque en este caso y por respeto todo se llevaba entre murmullos, la verdad se sabría a las ocho de la mañana, hora en que las hermanas procederían al sorteo entre las papeletas repartidas.
Como quiera que mi papel en esta historia sea de simple narrador y que mi intención no es aburrir a los lectores, separaré la paja del trigo para no caer en narraciones sin importancia para los hechos que aquí os cuento.

Prosigo pues.
A la mañana siguiente, justo cinco minutos antes de las ocho de la mañana la asistencia de personas tanto en el interior del tanatorio como en sus aledaños era tal, que a punto estuvo de producirse algún altercado entre los que querían estar justo al lado de las hermanas Juana y Fernanda en el momento en que procediesen a extraer el número ganador del sorteo. Del muerto a esas horas ya casi nadie se acordaba, tal que es así la vida, que por mucho que uno haga el bien le dura poco la primera plana en las noticias, incluso su mujer estaba más pendiente de que todo transcurriese sin problemas que de velar a su marido, ahora lo importante era el sorteo y como la expectación era tal, Blas octavo aprovechó para dirigir unas breves palabras a los asistentes, tan breves fueron que solo dijo que por motivos estrictamente familiares el cuerpo de su padre sería conducido a un lugar indeterminado para ser incinerado, tal como era la tradición familiar desde el primer Blas, los asistentes casi ni le hicieron caso, incluso se escuchó alguna voz que decía-Al lio, al lio, que saquen ya la papeleta- A esas horas estaba claro que el muerto era lo de menos y lo importante era quién sería el privilegiado/a en llevarse el premio.
Procedamos pues dijo Blas octavo, y sin más preámbulos las hermanas mostraron la urna en donde se depositaron todos los resguardos con los números repartidos, la verdad es que había tantos que estaba a reventar hasta tal punto que acordaron depositar todo su contenido en un gran saco, con el fin de que se pudiesen revolver bien los resguardos y que nadie les acusase de hacer trampas. La tensión se cortaba, la atención de todos hacia las hermanas era tal que si en ese momento Blas séptimo se levantase y se uniese a la congregación ni dios le haría caso.
El momento había llegado, Juana se remangó y metió la mano en el fondo del saco, extrajo un papelito que mostró a todos con su mano alzada. El setecientos cuarenta y cinco gritó la muchacha, repito, el setecientos cuarenta y cinco, y en eso que las caras de la mayoría de los presentes se hicieron poemas, todas menos una que chillando iba apartando a los asistentes que le estorbaban para acercarse a donde estaban los miembros de la familia Blas.-Mío, es mío, el setecientos cuarenta y cinco, yo lo tengo, yo, jajajajajaja, a mí, a mí me ha tocado, apartaos todos, no estorbéis- Y a empujones se acercó con el boleto ganador el único enemigo que se le conocía a Blas séptimo, su íntimo enemigo Ernesto García, un viejo carnicero que no soportaba vivir a la sombra de los Blas, el único que cuestionó la formula con la que los Blas elaboraban sus productos, la cara de estos mudaron de blancas a verdes, pasando por un rojo ira que tiraba para atrás, pero el boleto era correcto, el setecientos cuarenta y cinco, nada que objetar.
Así terminó el velatorio de Blas séptimo, todos los asistentes se diluyeron por entre las distintas calles para dejar vacío el tanatorio, el muerto, lo de menos.
¡Qué ironía! Una vida entera de enemistad para llevarse al final lo más preciado por todos y terminar haciendo la puñeta a quienes tanto se ha odiado.
Al cabo de unos días el viejo Ernesto se encaminó a recoger su premio, Blas octavo lo esperaba con cara de resignación, al viejo le correspondía por derecho ser el primero en llevarse sus primeros embutidos de elaboración propia, esos que tanta ilusión le hacía desde que su padre años atrás le enseñara el oficio y el secreto mejor guardado de la familia, hizo de tripas corazón y sin apenas mirar a Ernesto ni dirigirle la palabra le entregó un hatillo con un surtido de lo más diverso de sus productos; chorizos, butifarra, chistorra, morcillas….
El viejo se lo llevó todo para su casa, estaba orgulloso de ser el primero en comer la primera obra de Blas octavo, pero no porque le gustasen especialmente, sino por saber del daño que asestaba a la familia que tanto odiaba. No se demoró nada, al llegar a su casa puso una sartén al fuego con aceite, desató el hatillo que ya rezumaba una grasilla de olor delicioso, eran sin duda embutidos de Cárnicas Blas pensó Ernesto, el hijo había aprendido bien el oficio. Colocó primero sobre la sartén un par de chorizos y una longaniza blanca, estas eran sus preferidas. Mientras el aceite caliente hacía su trabajo de dispuso a colocar el resto del contenido del hatillo en el lugar correspondiente a cada cosa, así, llegó a desempaquetar una morcilla de sangre, de estas gordas que se cuelgan sobre la chimenea para que al calor del fuego y ayudada por el humo tomase su mejor cuerpo. Esta estaba embutida en tripa natural y para darle más consistencia al envoltorio se solía utilizar piel del animal sacrificado, al elevar la morcilla para colgarla Ernesto se dio cuenta que en la piel se podía ver una especie de inscripción, eso lo desconcertó un poco, normalmente se era muy cuidadoso para no utilizar pieles marcadas, ese detalle le entusiasmó, sería una prueba de que Blas octavo no tenía el mismo conocimiento del oficio que sus antepasados. Buscó una lupa que solía guardar en el desván, pues su afición por la numismática le hacía pasarse horas mirando viejas monedas, para eso la utilizaba y ahora le serviría para descifrar la inscripción de la piel de la morcilla, acercó el pellejo a la luz de una bombilla para ver mejor y a través de la lupa observó nítidamente los que la inscripción escondía: V Del 46, eso no tenía mucho sentido, hasta que de repente un fogonazo le cruzó la memoria, subió al cuarto de aseo, se despojó de la camisa y ante el espejo comprobó lo que ya era un hecho. QUINTO DEL 46, NOVIO DE LA MUERTE, TERCIO DE MELILLA.
Blas y él habían hecho juntos la mili y tenían los dos el mismo tatuaje, Ernesto comprendió entonces y ya no le hizo falta preguntar la fórmula secreta de los embutidos de los Blas, lejos de asquearle su descubrimiento corrió a probar los chorizos y la longaniza, ¡UHHH! Exquisito, los ciento ochenta kilos de grasa habían hecho bien su trabajo, ahora se daba cuenta de porque en el pueblo no había delincuentes ni vagabundos, todo en su mente tomó forma. Al día siguiente se presentó a primera hora en la carnicería, Blas octavo lo recibió con extrañeza, ¿Qué quiere Ud.? Le preguntó secamente. Pues mira, la verdad es que me han gustado tanto los embutidos, que por miedo a que se terminen los que has hecho siendo tu primera vez en solitario vengo a comprarte más. Blas octavo lo miró de arriba abajo con desdén pero se propuso satisfacer a su nuevo e inesperado cliente, ¿Qué quieres en concreto? Le preguntó, sobre todo morcilla de sangre, es lo que más me ha impresionado, se nota que has utilizado parte del hígado en su elaboración….. ¿Cómo lo sabe? Le preguntó esta vez con cara de sorprendido. Hombre, se nota porque tiene ese aroma y ese saborcillo a coñac Carlos V, que es precisamente la marca que bebía tu padre si mal no recuerdo…….. Pero tranquilo, el secreto está en buenas manos, no te apures, pero si te quedan sesos podías ponerme cuarto y mitad para probar.
Cárnicas Blas sigue siendo un negocio próspero hoy en día, solo una vez tuvieron ciertas quejas por la dureza de la carne, algunas mujeres protestaron porque pensaron que era de un animal muy viejo, lástima que coincidiera con la muerte de Ernesto, ¡Cuánto se mofaría el hombre al ver que por una vez alguien se quejaba de las carnes de “sus enemigos”!



Mareaxe.

3 comentarios:

  1. Jo :S menos mal que es normal...

    Bueno, sí, te lo reconozco. Muy bueno. Pero, normal...

    :D

    Un beso grande.
    (exigiré testigos fiables el día de mi cremación)

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  2. Hola Juan Carlos! Vengo a decirte que tu relato "La autopsia" es fantástico y que pienso votarlo. En cuanto pueda vengo a leerte, ahora tengo un poco de prisa.

    Besitos hadito! y sigue escribiendo que lo haces muy bien.

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  3. ya me dió hambre.

    voy por la parrilla.

    Saludos!

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